25 de diciembre de 1783

Hoy he querido convertir los peces en chuletones de buey y el agua en vino. No lo he conseguido. He demostrado que Dios no es omnipotente.

24 de diciembre de 1783

Soy Dios.

23 de diciembre de 1783

Siento que nada escapa a mí, que todo me envuelve, que lo envuelvo todo.

22 de diciembre de 1783

Controlo mi tiempo. Mi tiempo es el único que hay. Controlo El tiempo.

21 de diciembre de 1783

Y hoy tampoco.

20 de diciembre de 1783

Hoy no pienso hacer nada.

19 de diciembre de 1783

En otro tiempo quizás me hubiese arrepentido de escribir lo que escribí ayer en este diario. Pero ahora ya no, pues una de las cosas que me ha mostrado la vida es que, al final, nunca pasa nada extraordinario ni, mucho menos, divino. Así pues, no he de temer más castigo que el de la madre Naturaleza, en cuyas manos ha tiempo que estoy.

18 de diciembre de 1783

Y, por mí, este año le pueden llevar los regalos a su santísima madre...

17 de diciembre de 1783

He repasado minuciosamente todos los enseres de la cabaña, especialmente aquellos heredados del naufragio, no fuera a haber sobrevivido cualquier referencia a la Natividad del Señor o a San Nicolás, porque si Miércoles lo ve es capaz de preguntarme.

16 de diciembre de 1783

Se acerca la Navidad. Por fin conseguiré no tener que celebrarlas.

15 de diciembre de 1783

Aún así, con lo que se pueda aprender de los libros o de la vida, hay que saber siempre lo justo para poder conservar la capacidad de asombrarse. Creo que uno se hace viejo de verdad cuando ha perdido esa capacidad.

14 de diciembre de 1783

En los libros se estudia, se aprende y se disfruta haciéndolo. Hay quien dice que también la vida enseña. Claro que sí, enseña mucho. Pero enseña a golpes y sin preguntar. Cuántas veces son cosas que nunca habríamos querido aprender...

13 de diciembre de 1783

Hecho de menos leer. En un naufragio puedes recuperar muchas cosas de las que las olas acaban trayendo a la playa. Pero un libro, por muy bueno que sea, se ahoga siempre.