5 de enero de 1784
A veces cambiar de año no sirve para nada. Y mucho menos para tener una vida nueva. No veo llegar el momento de que Miércoles me diga que ya está preparado el licor de coco.
4 de enero de 1784
El licor de coco aún no está preparado. El proceso es lento y laborioso, al menos para Miércoles, que es quien se encarga de ello. De vez en cuando me mira de soslayo y pienso si él estará pensando que soy prescindible...
3 de enero de 1784
Año nuevo, vida nueva: a partir de hoy redoblaremos nuestros esfuerzos en post de la molicie absoluta. Miércoles ya ha puesto más cocos a fermentar.
2 de enero de 1784
Para estar en estas latitudes tropicales, hoy es un día bastante frío, así que me he puesto el taparrabos.
1 de enero de 1784
Hoy he abierto los ojos despacio, por si el fin del mundo, la nada, me asustaba de repente. Y no, el mundo tal y como lo conocía sigue existiendo. Al menos dentro de los límites del horizonte que se divisa desde esta maldita playa. El mundo de Miércoles también parece tener continuidad. Y también sigue perteneciendo a otra galaxia, la de la gente loca pero feliz..
31 de diciembre de 1783
Nochevieja. Afronto hoy la velada con la firme esperanza de que se acabe el mundo de una puñetera vez. Quizás lo sentiría un poco por Miércoles, pero el vive en su propio mundo, así que es posible que el mío finalice y el suyo siga.
30 de diciembre de 1783
Hoy me he puesto a silbar mientras hacía mis necesidades mayores. Por increíble que parezca, estaba haciendo dos cosas a la vez, como si en esta maldita isla no hubiera tiempo suficiente para todo.
29 de diciembre de 1783
Eso sí, vuelvo a ver a Miércoles, afanado siempre en su pesca, su cocina y sus interminables siestas, como un compañero de viaje. Un buen compañero de viaje. Siento verdadero aprecio por ese hombre.
28 de diciembre de 1783
Aunque la verdad es que no hay gran diferencia, la vida sigue siendo exactamente igual.
27 de diciembre de 1783
Como ser Dios no me sirve para nada, puesto que está demostrado ya que la divinidad no otorga la omnipotencia, he decidido volver a ser un simple mortal.
26 de diciembre de 1783
Hoy he intentado evitar la salida del sol. Tampoco. Ha estado puntual a su cita para iluminar mi pintoresca vida.
25 de diciembre de 1783
Hoy he querido convertir los peces en chuletones de buey y el agua en vino. No lo he conseguido. He demostrado que Dios no es omnipotente.
19 de diciembre de 1783
En otro tiempo quizás me hubiese arrepentido de escribir lo que escribí ayer en este diario. Pero ahora ya no, pues una de las cosas que me ha mostrado la vida es que, al final, nunca pasa nada extraordinario ni, mucho menos, divino. Así pues, no he de temer más castigo que el de la madre Naturaleza, en cuyas manos ha tiempo que estoy.
17 de diciembre de 1783
He repasado minuciosamente todos los enseres de la cabaña, especialmente aquellos heredados del naufragio, no fuera a haber sobrevivido cualquier referencia a la Natividad del Señor o a San Nicolás, porque si Miércoles lo ve es capaz de preguntarme.
15 de diciembre de 1783
Aún así, con lo que se pueda aprender de los libros o de la vida, hay que saber siempre lo justo para poder conservar la capacidad de asombrarse. Creo que uno se hace viejo de verdad cuando ha perdido esa capacidad.
14 de diciembre de 1783
En los libros se estudia, se aprende y se disfruta haciéndolo. Hay quien dice que también la vida enseña. Claro que sí, enseña mucho. Pero enseña a golpes y sin preguntar. Cuántas veces son cosas que nunca habríamos querido aprender...
13 de diciembre de 1783
Hecho de menos leer. En un naufragio puedes recuperar muchas cosas de las que las olas acaban trayendo a la playa. Pero un libro, por muy bueno que sea, se ahoga siempre.
12 de diciembre de 1783
Hay días que más valdría no haberse levantado de la hamaca. Y lo digo por mí, que debo ser tonto, porque Miércoles bien sabe Dios que lo hace. Le he llegado a contar tres días seguidos, con sus tres noches, sin poner un pie en el suelo.
11 de diciembre de 1783
Porque da igual lo que se esfuerce uno, si lo hace bien o mal, que al final sale el sol y le da otra vez en pleno cogote. Es desesperante.
8 de diciembre de 1783
"No pensarás ir así vestido", "muy propio de ti y tus amigotes", "hace siglos que no me sacas de casa", "El fin de semana viene mamá, así que ya te estás portando"...
7 de diciembre de 1783
Bueno, sólo algunas de ellas... Más bien pocas. Por no decir que únicamente mi amada Morag. Y a ratos, que cuando se pone insoportable también tiene lo suyo.
3 de diciembre de 1783
En esta isla hay básicamente un poco de todo, lo suficiente para sobrevivir plácidamente y sin angustias. Pero echo tremendamente de menos los bizcochos de los sábados de mi madre.
2 de diciembre de 1783
Llevaba toda la tarde taciturno sentado en la arena de la playa. Miércoles vino y se sentó a mi lado, en silencio. De repente se tiró un tremendo pedo. Nos miramos, con cara de guasa, y nos partimos de la risa. Adoro a este tío.
30 de noviembre de 1783
Juraría incluso que el loro no andaba muy lejos de la escena y se dio perfecta cuenta de mi encuentro con la gaviota. Desde ese día me mira con resquemor y no ha vuelto a insultarme.
29 de noviembre de 1783
Sostener la mirada de ese modo era, en mi pueblo, un evidente signo de entereza y confianza en uno mismo. Pero nunca en una gaviota, como mucho las ovejas viejas te sostenían la mirada 10 segundos, pero no más.
27 de noviembre de 1783
Hoy, ya al atardecer, estaba sentado en la playa disfrutando de la brisa cuando una gaviota se ha cruzado caminando por delante de mí. Cuando me fijé en ella, me clavó la mirada y, sin dejar de caminar, me la sostuvo hasta desaparecer por detrás de las rocas.
26 de noviembre de 1783
Ante la falta de una oveja y miel, Miércoles, con toda su buena fe, ha hecho ademán de mearme en la cara. Le he entendido algo así como que su madre se lo hacía de pequeño para curar la conjuntivitis. Yo le he explicado, y me da igual que no lo haya entendido, que ordeñaré al loro si hace falta.
25 de noviembre de 1783
De pequeño mi madre siempre me ponía en el ojo un emplaste de leche caliente de oveja con miel para curar la conjuntivitis, pero aquí no veo de qué forma podré procurarme algo parecido. Tengo el ojo como si hubiera puesto en duda la moralidad de las madres de los presentes en el pub de mi pueblo un sábado por la noche.
24 de noviembre de 1783
El bicho en cuestión debía estar relleno de pimienta molida y vinagre. Con lo que me supura el ojo podría encolar la barandilla del porche.
23 de noviembre de 1783
Hoy me he levantado de mejor humor. La brisa traía aroma a jazmín y a mar, los pájaros píaban al sol y había desayunado un mango glorioso justo antes de que un mosquito se me metiese en el ojo derecho. El escozor también es glorioso.
22 de noviembre de 1783
Debe ser el francés el que se ríe de mí. Él al menos está solo y no con este lumbreras nativo.
21 de noviembre de 1783
Miércoles ha traído hoy una de las botellas de licor de coco que teníamos guardadas. Llena. He tenido que abalanzarme sobre él para que no la tirara al mar. Decía que era un regalo para el francés.
19 de noviembre de 1783
Definitivamente, yo tengo peor suerte. Esta mañana, tras 16 horas de deambular por la bahía, una ola ha destrozado la botella contra el arrecife.
18 de noviembre de 1783
Voy a hacer la prueba. Esta tarde, con la marea alta, tiraré la botella de nuevo al mar. He metido una segunda nota con el texto: “Estimado gabacho, estamos jodidos”.
17 de noviembre de 1783
No sé quién tiene peor suerte, si el francés o yo. Probablemente yo, si tiro otra vez la botella al mar estoy seguro de que le volvería de vuelta a él.
16 de noviembre de 1783
Le he explicado a Miércoles el contenido de la nota. Él me ha preguntado por qué no vamos a buscarle.
15 de noviembre de 1783
Si Francia está llena de tipos como el que escribió esta nota, no me extraña que la guillotina no pare de trabajar.
14 de noviembre de 1783
Esta mañana la botella misteriosa ha llegado por fin a la playa. En su interior había un papel que reza: “Pog favog, ayúdenme, estoy solo y atgapado en una isla desiegta en medió del oceanó”.
13 de noviembre de 1783
Hoy he visto entre las olas una botella que no reconozco como mía. La resaca la mantiene alejada de la playa, pero estoy sumamente intrigado por su procedencia.
12 de noviembre de 1783
Al día siguiente del infierno, hayas decidido recurrir a las ortigas o no, la sensación se asemejaría a como yo me imagino el purgatorio
11 de noviembre de 1783
El infierno es cuando, una vez finalizado el acuclillamiento del paraíso, te das cuenta de que a mano sólo tienes ortigas.
10 de noviembre de 1783
El paraíso es una cálida playa de blanca arena y aguas cristalinas donde sueñas, acuclillado entre la maleza, lo maravilloso que sería todo si no te estuvieras yendo por la pata abajo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)