Viendo desapasionadamente la cara de Bambata semienterrada en la arena, me percato de que es más fea que pegar a un predicador que te trae limosna. Es gorda. Le faltan dientes -y no del remazo-. Es tuerta. Y de cerca huele bastante mal.
Desde mi juventud en Escocia siempre he confundido calentura y amor. Y no digamos cuando al binomio le añadía un par de pintas.
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